Siempre es un buen momento para enaltecer la figura del padre espiritual de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, San Bernardo de Claraval.
A continuación dejamos el artículo publicado en el Blog italiano La Nuova Bussola Quotidiana sobre San Bernardo de Claraval y el nacimiento de los monjes caballeros.
Festividad de San Bernardo de Clavaral. Patrono y guía espiritual de la Orden del Temple.
Buen día. Calor e incluso bochorno en la tarde. Los peregrinos aprovechan las primeras horas de la mañana para realizar su etapa aprovechando la bondad del clima; a partir de las 13:00 horas se hace difícil avanzar por el calor por lo que no vemos ni un alma.
Aún así la mañana es intensa, muchos nos visitan, algunos con las emociones a flor de piel. A primera hora una mujer francesa lloraba desconsolada ante el retablo de La Dolorosa mientras su marido la abrazaba. ¿Tal vez han perdido a alguien con ésta cruel enfermedad que nos asola?, no lo sabremos. No necesitamos saberlo. Es su momento de desahogo ante Nuestra Señora, para eso también está la Iglesia abierta.
Ayer mismo una familia española de tres miembros me pidieron sellar 4 credenciales, les pregunté si el cuarto componente tal vez estaba esperando en la calle; la amable respuesta fue de la madre ” Nuestra hija, hace el Camino con nosotros, la llevamos en el corazón “. ¿Que decir a eso?.
Aunque no es la festividad de San Bernardo, recordar estas palabras es más necesario que nunca.
“Levántate, soldado de Cristo; levántate, sacúdete el polvo; vuélvete al campo de batalla, de donde huiste, a pelear con mayor fortaleza después de la fuga y a triunfar con mayor gloria. Muchos son los soldados que tiene Cristo, que comenzaron con coraje y perseveraron en él, y vencieron. Muchos menos se cuentan de los que, tras haberse declarado en fuga, volvieron al peligro antes temido e hicieron huir a los enemigos que antes los habían ahuyentado. Mas como todo lo raro es precioso, me alegro de que te cuentes entre aquellos que, cuanto más escasos son, tanto más gloriosos aparecerán.
Uno de los aspectos en que se aprecia con mayor claridad la importancia del Císter en el impulso hacia oriente está en relación con la Orden del Temple, una de las primeras consecuencias del éxito de la primera cruzada.
Conquistada Jerusalem y constituídos los estados cruzados —condados de Edesa y Trípoli, principado de Antioquía y reino de Jerusalem—se plantea el problema esencial de su mantenimiento, cuyo dilema esencial es si la cruzada es solamente una expedición o exige una permanencia, como parece evidente.
Por otra parte, no sólo se trata de defender lo conquistado sino de garantizar a los peregrinos el acceso a los lugares santos; muchos realizan su peregrinación en grupos armados, pero, incluso en esas condiciones, es posible tropezar con dificultades. Como respuesta a una necesidad inevitable surgen pequeños grupos de caballeros que consideran imprescindible garantizar ese acceso y prestar su ayuda a los peregrinos. Es el germen de la Orden del Temple.
En 1119, Hugo de Payens y Godofredo de Saint-Omer, con un pequeño número de caballeros, deciden poner sus armas al servicio de los peregrinos que llegan a Tierra Santa. Se trata de una iniciativa en relación con el nuevo rey de Jerusalem, Balduino II, que inicia su reinado ese mismo año, y que les adscribe a los canónigos regulares instalados en el antiguo emplazamiento del Templo, como una orden tercera.
Pronto construyen su pequeño convento anexo sin duda al santuario de la Roca, modelo de muchas de sus construcciones en Occidente.
El sermón de San Bernardo sobre la Milicia Templaria
Hablar de los templarios es hablar de aquél que, tomándose la vida religiosa como una milicia, no cejó en la defensa y expansión de la Cristiandad. San Bernardo era tan popular por su estilo de vida y sus sermones que por todos era buscado para predicar, exhortar, amonestar y corregir las costumbres. Tanto predicaba contra los cátaros como entusiasmaba para las Cruzadas, atrayendo a multitudes a una vida de mayor intimidad con Cristo; de allí que las mujeres, temerosas de que sus esposos o hijos se les fueran a Tierra Santa o al claustro, pedían a llantos que no fuesen a escuchar sus sermones.
Fue a pedido de su tío y del maestre Hugo de Payns, que compondría esta pieza de homilética para los del Temple. En ella si se la lee a la luz de la historia, se encuentra la postura de la Iglesia en una época floreciente para: «una, y dos, y hasta tres veces, si mal no recuerdo, me has pedido, Hugo amadísimo, que escriba para ti y para tus compañeros un sermón exhortatorio. Como no puedo enristrar mi lanza contra la soberbia del enemigo, deseas que al menos haga blandir mi pluma».
Marchad, pues, soldados, seguros al combate (…). ¡Con cuánta gloria vuelven los que han vencido en una batalla! ¡Qué felices mueren los mártires en el combate!
(San Bernardo de Claraval)
Desde que el mundo es mundo, pero especialmente en los últimos tiempos, el hombre ha amado la literatura fantástica: la imaginación, utilizada noble y francamente, ha dado origen, no sólo a las novelas de Edgar A. Poe, Verne o Tolkien, sino a un sinfín de autores que han sabido entretenernos sana y sabiamente en los ratos de ocio que permite nuestra existencia. Sin embargo, como los actos humanos pueden tener más de un fin, no pocas veces se ha utilizado este género para imponer las ideas de la época o bien para hacer pasar por verdad una simple mentira.
Hace apenas algunos años, con bombos, platillos y un enorme esfuerzo de la propaganda, la novela (y posterior película) El Código Da Vinci, tuvo récord de audiencia. El film, por cierto, no hubiese tenido mayor acogida a no ser que, como se dio, se volcase a repetir las falacias políticamente correctas contra la Iglesia. En la obra, «sin pretensiones históricas», aunque siempre argumentando el «género fantástico», todo gira en torno a un supuesto secreto guardado en La última cena de Da Vinci y custodiado por los Templarios desde la época de las Cruzadas; el «Santo Grial», del cual se ha escrito tanto, no sería el cáliz usado por Cristo en la primera Misa de la historia, sino su secreta relación con la Magdalena… En fin, todo mezclado como en un licuado de frutas, se repiten allí las falsedades —por cierto, para nada originales— que ya existían en los albores del cristianismo y fueron refutadas (y hasta previstas[1]) con el correr de los años.
Bernardo, abad de Claraval, pero sólo de nombre, a Hugo, caballero de Jesucristo y gran maestre de la milicia de Cristo: que pueda librar una buena batalla…..
Son personas de profunda fe, vigorosos y valientes combatientes, disciplinados soldados en la batalla y humildes monjes en el convento, con una vida verdaderamente ascética, más por la dureza de los ser
vicios que debían cumplir que por la práctica del ascetismo corporal.
Esta fusión del monacato y la milicia, y la influencia que la obra de San Bernardo ejerció en las otras OOMM, ha sido destacada por los investigadores: fray Rafael de la Brena y Sanchiz y otros: “Lux hispaniarum: pasado, presente y futuro de las Órdenes Militares”, pp. 35-68, en fray Javier Campos, op. cit., p. 89, calificándola de “carta espiritual” de los templarios;
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